A lo largo de su carrera, a pesar de su gran éxito mundial, Pedro Almodóvar nunca ha querido salir de España para hacer películas en otros lugares, quizá más grandes. Ahora, a los 75 años, realiza su primer largometraje en inglés, con Julianne Moore y Tilda Swinton, y John Turturro en un papel secundario. Y, de nuevo, es una película que sólo Pedro Almodóvar podría crear.
Antes incluso de que sea una buena o una mala película (spoiler: ¡es muy buena!), es una película que, si Pedro Almodóvar no existiera en el mundo, nadie podría haber hecho de esta manera. Más allá del estilo, más allá de la habilidad, esto es lo más poderoso de lo que puede presumir un artista: ser insustituible. Cualquier otro que hubiera dirigido una historia así (basada en la novela de Sigrid Núñez: Por dónde vas) habría hecho el ridículo.
Ingrid y Martha son amigas desde hace años y nunca se han dicho medias verdades. Ingrid es una escritora de éxito cuyo último libro trata de su incapacidad para comprender y aceptar la muerte. Martha ha sido corresponsal de guerra y ahora sufre un tumor que podría curarse con una terapia experimental, pero mientras tanto se ha preparado para la idea de morir, y ya ha elegido, por si acaso, cómo hacerlo: con una pastilla comprada en la red oscura.
Lo que le gustaría, sin embargo, es no morir sola, y como la relación con su hija le parece irremediablemente comprometida, le pide a Ingrid que se quede en la habitación contigua a la suya en caso de que decida “abandonar la fiesta”.
Pedro Almodóvar, en su primer largometraje en lengua inglesa tras los cortometrajes The Human Voice y Strange Way of Life aborda de frente, pero con gran modestia y cierta dosis de ironía y ligereza, el tema de nuestra no permanencia en esta tierra y nuestra capacidad para elegir cómo decir basta.
Almodóvar ovacionado en el Festival de Venecia
La de Almodóvar es una partitura nítida y rigurosa que compara a dos grandes actrices, Julianne Moore y Tilda Swinton (Ingrid y Martha respectivamente), jugando con sus diferencias (una pequeña y tierna, la otra alta y álgida) así como con sus respectivos pasados cinematográficos: Moore, por ejemplo, trae consigo papeles en los luminosos melodramas de Todd Haynes a través de Dougas Sirk.
Pero La habitación de al lado es más hitchcockiana que douglassiana, en la elección de una casa en el bosque que homenajea a Frank Lloyd Wright, en la música de Alberto Iglesias rica en cuerdas, pero también en reiteraciones obsesivas, en el cuadro de Edward Hopper iluminado por la misma luz despiadada y hermosa que se posa sobre Ingrid y Thelma (la magnífica fotografía es de Eduard Grau).
La habitación de al lado está impregnada de cultura literaria, pictórica, musical y cinematográfica, pero se mantiene adherida a los rostros humanos y vividos de sus dos protagonistas, gracias a Dios no transformados por la cirugía plástica, y a las respiraciones de dos intérpretes siempre en primer plano.
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En la galería de Almodóvar, Marta es una figura que nunca se ha adherido al modelo actual de feminidad, yendo a la guerra “como un hombre” y no haciendo lo que “se espera de una madre”, mientras que el padre de su hija estaba dispuesto a arrojarse al fuego para acudir al rescate de una voz: pero es una madre des-generizada sólo en el sentido de que no se adhirió a los cánones asociados a su género.
Pedro Almodóvar ha logrado, en un momento donde el cine parece abusar de efectos de toda índole, que triunfe y se reconozca precisamente la sencillez y el silencio. Su película número 23, La habitación de al lado, logró el reconocimiento de la crítica y del público, siendo aplaudida casi 20 minutos tras su proyección en el Festival de Venecia, donde está compitiendo por el León de Oro.
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