Comencemos dejando algo claro: Francis Ford Coppola no tiene nada que probar; no lo ha tenido que hacer en los últimos 40 años. En menos de una década, entre 1972 y 1979, dirigió El Padrino, The Conversation, El Padrino: Parte II y Apocalypse Now, las cuales le garantizaron un puesto en la misma mesa donde por siempre estarán sentados directores legendarios como Kurosawa y Kubrik.
Habiendo dicho lo anterior es importante entender el contexto histórico en el que fue recibida su tercera entrada de El Padrino.
Habían pasado de 16 años de la secuela, y el tiempo se había encargado de añejar las dos únicas películas de El Padrino para mejor. La novela original de Mario Puzo, que cubría los períodos narrados en las dos producciones estaba completa, y un capítulo adicional no era esperado, tampoco requerido.
De la nada se anuncia que en 1990 viene una tercera entrega, y se sintió como ganar la lotería sin haber comprado el ticket: Coppola, Puzo y Pacino se vuelven a juntar.
Recordemos, eran tiempos más simples que los actuales, sin internet, de manera que lo único que se podía hacer era esperar a sentarse en la sala de cine para disfrutar lo que sería ofrecido. No había “spoilers”, ni fotos de la producción, ni “teasers”. Tampoco dos o tres “trailers”; el espectador era exactamente eso, un sujeto pasivo observando lo que sucedía.

El resultado decepcionó a la mayoría. A pesar de la maestría de los artistas, el producto fue inferior a las anteriores. Pero esta nota no se trata sobre El Padrino: Parte III; se trata sobre La Coda de El Padrino: La Muerte de Michael Corleone, que si bien es la misma película, supone ser otra. Y lo es!
La conclusión que Coppola quería de la saga de El Padrino
La Coda de El Padrino debe ser analizada como Coppola lo define en el prólogo de la misma: “En términos musicales una “coda” es algo así como un epílogo, es un resumen, y eso es lo que queríamos – Puzo y él – que fuera la película”.
El realizador, en lugar de quejarse de lo que ahora sabemos fue la intervención de Paramount Pictures para alterar el corte final, agradece la “gentileza” del estudio que le permitió “revisitar” la película, otorgándole no un nuevo nombre, si no el nombre que inicialmente le había dado junto a Puzo.
Este filme no debe ser analizado desde la óptica de si es mejor o peor a la obra de 1990; debe ser juzgada si es o no la culminación digna y merecida de la saga Corleone, y, asombrosamente, de nuevo, lo es.
Es cierto que tiene un principio y un final distintos, pero la diferencia notable la hace la reedición de toda la cinta, que coloca las escenas en un orden diferente y logra crear arcos coherentes en la historia de los personajes. El Padrino: Parte III sufre de incontinencia narrativa; La Coda de El Padrino fluye de manera natural, llevándonos al mismo destino, pero por un camino mucho más apacible.
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Como no todo puede ser perfecto, en la versión original la presencia de Sofia Coppola es la guinda de la torta de sus falencias; de las deficiencias que tiene la obra original, este es el último de los males. En La Coda de El Padrino, la hija del director es en realidad lo único que lamentar, pero es un mal imposible de obviar; es lo que hay.
Y el uso de la palabra “presencia” en lugar de actuación no es gratuito, porque el impacto fue mucho mas que el déficit histriónico de la entonces joven actriz. Las líneas del personaje son las únicas débiles del guion; su personalidad no corresponde al resto. Es evidente que Coppola, o Puzo bajo la influencia de aquel, desarrolló el personaje pensando en su hija, y no en la hija de Michael Corleone.
La ausencia de carisma y talento actoral de Sofia Coppola resalta aún más al lado de Al Pacino y Andy García, que en esta versión se sienten más grandes, ungidos por el legado que les toca proteger.
La película está hermosamente restaurada, con un colorido impresionante – algo que no se puede negar de la original – y una banda sonora remasterizada casi impecable.
La confesión de Michael Corleone al futuro Papa Juan Pablo I, el Cardenal Lamberto, es probablemente la escena donde más palpable se hace la mejora. A la vez sutil, por la delicadeza del sonido del par de hombres hablando en susurros, es una explosión de colores que enmarca el momento en el que el Padrino suelta el fardo con el que ha cargado por décadas.
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Ahora queda claro que Francis Ford Coppola vivió 30 años con una piedra en el zapato, la cual finalmente se sacó con creces. Ahora los amantes de El Padrino podrán hablar de una trilogía sin comillas ni notas al pie de página.