La gaita zuliana es mucho más que un género musical; es la esencia viva de una tierra que canta sus alegrías y dolores al ritmo del furro, la tambora, el cuatro y la charrasca. Nacida en el corazón del estado Zulia, esta expresión cultural ha trascendido generaciones, convirtiéndose en el alma sonora de un pueblo que, a través de sus letras y melodías, ha sabido narrar su historia, celebrar sus tradiciones y denunciar sus injusticias.
Su riqueza musical es innegable. La gaita es capaz de mezclar la fuerza de la percusión con armonías envolventes y voces poderosas que transmiten tanto júbilo como melancolía. Su versatilidad le permite abordar desde las más festivas parrandas hasta las más crudas realidades sociales, convirtiéndose en un medio de protesta, reflexión y homenaje.
Más allá de ser un ícono zuliano, la gaita es un símbolo de la identidad venezolana. Es un recordatorio de la diversidad cultural del país y de la fortaleza de sus raíces. Su importancia no radica solo en la música misma, sino en lo que representa: la unión de un pueblo que, incluso en los momentos más oscuros, sigue encontrando razones para alzar la voz y cantar.
Pero hoy, esa voz se apaga lentamente, ahogada por la indiferencia, la ignorancia y la desidia de quienes deberían defenderla y enaltecerla. El problema no es solo el olvido. El problema es el desprecio. La gaita, con toda su riqueza musical y lírica, ha sido arrinconada, minimizada y, en el peor de los casos, pisoteada por las mismas manos que deberían sostenerla en alto.
Hay quienes ven la gaita como una simple herramienta para sus propios fines. Investigadores, comunicadores o incluso “influencers” que la usan para mostrar un fragmento superficial de la cultura zuliana, pero sin intención de darle el respeto que merece.
Lo más triste de su menosprecio es que parece ser parte de una tendencia más grande: el abandono de las raíces culturales en favor de modas comerciales y géneros más internacionales, pero con menos carga artística y menos arraigo cultural. La gaita, con sus arreglos elaborados y letras profundas, se queda en segundo plano porque no encaja con la estética fácil y rápida que domina las redes sociales y los medios.
La falta de documentación también es un punto crítico. Muchos de los grandes compositores y músicos gaiteros no tienen la visibilidad que merecen, y sus obras quedan dispersas o mal archivadas. La memoria cultural se pierde, no porque no haya interés, sino porque quienes deberían protegerla y difundirla prefieren darle protagonismo a lo que genera más vistas o clics.
La gaita no es “música decembrina”
Es imperdonable que se siga viendo la gaita como un adorno navideño. La gaita es mucho más. Es protesta, es narración, es sentimiento. Es tan versátil que ha sido capaz de tocar todos los rincones de la condición humana: el amor, la nostalgia, la crítica social, la espiritualidad, la parranda, el homenaje, la identidad zuliana e incluso la denuncia política.
Decir que la gaita es solo “música de diciembre” es tan absurdo como decir que el blues es solo música de tristeza o que el rock es solo ruido. Es encasillar un universo entero en una cajita que no le hace justicia.
La gaita ha sido, y debe seguir siendo, una herramienta para contar la verdad de un pueblo. Un pueblo que ha sufrido y que también sabe reír.
Mientras el mercado musical global se inunda de géneros prefabricados en masa, donde la repetición de acordes y letras simplonas se vende como “modernidad”, la gaita sigue siendo un tesoro musical menospreciado y subestimado.
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La estructura de la gaita es compleja y poderosa. El sonido del furro, la tambora, el cuatro, las maracas y la charrasca forman una base sonora inconfundible, donde la voz —siempre frontal y llena de fuerza— cuenta historias que merecen ser escuchadas. Ni hablar de como instrumentos como el piano, bajo, guitarra, violines, entre otros, son capaces de adornar y exaltar el género zuliano.
Comparada con los géneros contemporáneos más comerciales, la gaita tiene una riqueza melódica y armónica que muchos músicos actuales apenas podrían imitar. Pero, ¿de qué sirve esa riqueza si quienes deberían impulsarla la dejan morir?
Y si esto se percibe dentro del Estado Zulia, imagínense como se percibe al género en otros estados del país.
Héroes anónimos
El olvido y la pérdida de catálogos completos, tanto físicos como sus cintas matrices, es una tragedia cultural. Y el colapso de los sellos discográficos que fueron pilares de la difusión gaitera dejó un vacío enorme, donde muchas producciones quedaron huérfanas, sin nadie que las rescatara. Sumado a la crisis que atraviesa Venezuela, es casi milagroso que aún existan personas que siguen luchando por salvar lo que queda.
Mientras muchos músicos de renombre se acomodan en la indiferencia o en la nostalgia cómoda de sus éxitos pasados, hay un puñado de personas que luchan incansablemente por rescatar el legado gaitero.
Hablamos de los coleccionistas y restauradores que, sin ningún tipo de apoyo institucional o económico, dedican su tiempo y dinero a buscar, digitalizar y remasterizar viejos discos de gaita. Rescatan grabaciones que de otra manera estarían condenadas al polvo, a la humedad y al olvido.
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¿Y qué reciben a cambio? Nada. Ni reconocimiento, ni apoyo, ni siquiera una palmada en la espalda. Peor aún, son invisibilizados o atacados por aquellos que solo ven en la gaita una oportunidad de negocio. Los mismos que se llenan la boca diciendo que “aman el género” son incapaces de mover un dedo por preservarlo.
Es doblemente injusto que esas personas —las que invierten su tiempo, dinero y esfuerzo en rescatar, digitalizar y remasterizar discos— no reciban reconocimiento ni apoyo. Esos pocos son quienes están haciendo el trabajo que deberían hacer las instituciones culturales y las discográficas que desaparecieron. Sin embargo, los verdaderos héroes terminan siendo invisibles, mientras otros solo se aprovechan de su trabajo para lucrarse o ganarse aplausos vacíos.
La hipocresía pesa más que el amor por la tradición.
Las nuevas generaciones: ¿modernización o decadencia?
Quizá la traición más dolorosa viene de las mismas filas gaiteras. Las nuevas generaciones de músicos, en muchos casos (hay excepciones), rechazan el pasado del género, creyendo que es “viejo” o “anticuado” y que lo moderno es sinónimo de bueno y “cool”.
Esto ha dado paso a composiciones mediocres, sin alma ni profundidad. Letras vacías, música repetitiva, arreglos simplones y una subestimación grosera del público que escucha.
Dicen que quieren “modernizar” la gaita, pero ¿Cómo vas a modernizar algo que ni siquiera te has tomado el tiempo de conocer? ¿Cómo pretenden avanzar si no saben de dónde vienen?
Lo más preocupante es ese rechazo al material histórico, porque ¿Cómo se puede innovar verdaderamente si no se entiende el origen? La gaita no es solo ritmo o sonido; es historia, identidad y narrativa social. Cada disco es un capítulo que cuenta cómo evolucionó el género y cómo se conectó con el pueblo zuliano y venezolano.
Nadie puede innovar en un género que no entiende. Y la gaita no es una excepción. La gaita tiene raíces, tiene historia, tiene héroes que merecen ser estudiados y respetados. Héroes de la composición como Luis Ferrer, Renato Aguirre, Jairo Gil, Virgilio Carruyo, Humberto Rodríguez, Simón García, Astolfo Romero, Rafael Rodríguez, Rafael Molina Vílchez, Ramón Rincón, Heriberto Molina, Ricardo Portillo, Neguito Borjas, Eurípides Romero, Víctor Hugo Márquez, Elías Hernández o el legendario Ricardo Aguirre, entre muchos más.
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El desconocimiento de estos pilares no solo es una falta de respeto al género, sino que también condena a los nuevos músicos a repetir fórmulas mediocres y vacías. Muchos confunden “mantener la tradición” con hacer algo básico y sin alma, cuando la verdadera tradición gaitera siempre ha sido la excelencia y la autenticidad.
La gaita, en sus mejores momentos, no le hablaba a los oyentes como si fueran tontos. Los grandes compositores sabían que podían mezclar lírica inteligente con altos niveles de musicalidad. Eso es algo que las nuevas generaciones deberían estudiar y entender, no ignorar.
Estos nombres no son solo referencias, son pilares. Son la esencia misma del género. Ignorarlos es como querer escribir poesía sin haber leído nunca a los grandes poetas. Es condenar a la gaita a una mediocridad irremediable.
¿Hay esperanza para la Gaita Zuliana?
Sí. La gaita puede y debe ser rescatada, pero eso no pasará solo. Se necesita:
– Educación musical seria: Los jóvenes gaiteros deben estudiar el género, conocer sus raíces y entender la importancia de quienes los precedieron.
– Rescate del patrimonio musical: Apoyar a los coleccionistas y restauradores que luchan por preservar los discos de antaño.
– Difusión mediática honesta: Los medios deben dejar de ignorar la gaita y darle el espacio que merece, no solo en diciembre.
– Producciones de calidad: Compositores y músicos deben dejar de lado la búsqueda fácil de lo comercial y apostar por letras y arreglos dignos del género.
– Inversión cultural real: Instituciones, empresas privadas y hasta los mismos músicos deben invertir en el rescate de la gaita.
La Gaita no se muere sola: la estamos matando
La gaita no está muriendo porque sí. La estamos matando entre todos: los que la menosprecian, los que la ven como negocio, los que la olvidan y los que dicen amarla pero no hacen nada para salvarla.
El problema aquí también radica en cómo se percibe el valor de la gaita: muchos la ven como algo secundario, sin entender que es patrimonio vivo, y que cada disco perdido es como perder una página de la historia venezolana.
La gaita zuliana merece algo mejor que ser una reliquia de diciembre o un recuerdo nostálgico. Merece volver a ser ese grito poderoso que alguna vez fue. Un grito que nos recuerde quiénes somos y de dónde venimos.
No me malinterpreten, existen fundaciones, museos y algunas instituciones que por años luchan por la educación de los más jóvenes, el resguardo y el rescate del género, como por ejemplo el Instituto Municipal de la Gaita Ricardo Aguirre (IMGRA), Fundación para la Academia de la Gaita Ricardo Aguirre del Estado Zulia (FUNDAGRAEZ) o el Museo de la Gaita Humberto “Mamaota” Rodríguez. Sin embargo, no han sido suficientes y aún la información sobre la gaita, el acceso a sus producciones y a su historia es sumamente escaso, tanto dentro del Zulia como fuera de él. Y eso tiene que cambiar también.
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Esto deja claro que la gaita no solo necesita ser defendida, sino también rescatada y revalorizada desde todos los frentes posibles: medios, educación, plataformas digitales, y sobre todo, por los propios venezolanos. La música es identidad, y si perdemos la gaita, perdemos una parte enorme de quiénes somos como país.
El futuro de la gaita no está perdido, pero si no actuamos ahora, será demasiado tarde. Y cuando llegue ese día, cuando la gaita solo sea un eco lejano de lo que fue, ¿Qué le diremos a las próximas generaciones? ¿Qué la dejamos morir porque era más fácil dejarla ir que luchar por ella?
La gaita zuliana no es pasado. La gaita es presente y merece un futuro.
Espectacular este artículo papi, para los que somos gaiteros, por qué gaiteros no son solo los que interpretan cantando o los que ejecutan algún instrumento, gaiteros también somos los que la amamos y la escuchamos todo el año!
“Quien hubiera nacido en aquel tiempo, dónde la gaita era la mejor bandera, quien hubiera conocido a Ricardo, pero si la gaita es el himno del pueblo, por qué la prohíben cantar todo eso, y si yo nací gaitero, por qué no nací más antes?… Todo el año pido la gaita me dejen cantar”
El gran Enriquito Quiroz con los Zagalines del Padre Vilchez
Saludos mi hermano