No hay ninguna duda que la versión de Dune de Denis Villeneuve era una de las películas más esperadas del 2020, y pasó a ser una de las más anticipadas del 2021 (si tenemos suerte, para el próximo mes de octubre).
El hecho que la novela de ciencia ficción convertida en obra de culto, escrita por Frank Herbert y publicada por primera vez en 1965, será puesta en pantalla por segunda vez, esta vez de la mano de uno de los más talentosos directores que actualmente trabaja en Hollywood, protagonizada por un reparto impresionante – Timothée Chalamet, Zendaya, Oscar Issacs, Josh Brolin, Rebecca Fergusson, Jason Momoa, Dave Bautista y Javier Bardem – con música de Hans Zimmer y cinematografía de Greig Fraser (Rogue One), justifican por mucho el entusiasmo entre los aficionados.
Pero mientras esperamos el estreno de la nueva versión, es propicio hacer una revisión de la película homónima de 1984, escrita y dirigida por David Lynch. Este análisis lo haremos no desde la óptica de la obra que la inspiró, sino del filme en sus propios méritos.
Dune: la versión de David Lynch de 1984
A principios de los años ochenta todos los productores y las grandes distribuidoras de Hollywood anhelaban poder replicar, así fuese una fracción, el éxito de Star Wars – Episodio IV: A New Hope (1977) y de sus secuelas de 1980 y 1983.
George Lucas y 20th Century Fox habían cambiado el cine para siempre. Jaws (Tiburón) es considerado el primer blockbuster de la historia, pero la saga original de Star Wars cambió el modelo de negocio del cine a partir de ese momento.
Muchos intentos, casi todos fallidos, se ejecutaron para “montarse en la ola” de los filmes de fantasía y ciencia ficción. El productor italiano Dino De Laurentiis, quien se había consolidado en Hollywood en los años setenta con producciones exitosas de crítica y taquilla como Serpico (1973), Los Tres Días del Cóndor (1975) y King Kong (1976), ya tenía un ensayo previo a Dune con Flash Gordon (1980), un filme que vale la pena revisitar solo para disfrutar de lo genialmente malo que es, y evidentemente por la exquisita banda sonora proporcionada por Queen.
Luego del fracaso de Flash Gordon – $27 millones de taquilla en el mismo año que Star Wars – Episodio V: The Empire Strikes Back generó $209 millones – De Laurentiis sigue intentando encontrar oro con el género y es cuando se enfoca en Dune.
El productor encarga a David Lynch, con una nominación previa al Oscar de la Academia por mejor dirección y guión por The Elephant Man, de desarrollar el guión y dirigir el filme.
Es oportuno mencionar que en la historia de Hollywood hay novelas cuyas historias son legendarias por considerarse imposibles de llevar con éxito a la pantalla, una de ellas es Dune. Otra era El Señor de los Anillos, cuyo mito logró vencer exitosamente Peter Jackson hace casi dos décadas.
‘Dune’ tuvo un excelente reparto
Además de contratar a Lynch, y siguiendo los pasos de Lucas quien para la primera Star Wars contrató actores consumados como Alec Guinness y Peter Cushing, De Laurentiis logra incluir en el reparto de Dune, además de Kyle MacLachlan en el papel principal, a Max von Sydow, quien habían interpretado al Emperador Ming en Flash Gordon, Patrick Stewart y Jürgen Prochnow, otorgando a la cinta inmediato valor actoral.
Pero Lynch, extraño al género de la ciencia ficción y más aún a los montajes de escenas de acción, parece nunca encontrarse en una zona de confort en la cinta – con una salvedad mencionada al final de esta nota – y los actores lucen perdidos en sus personajes y en la historia.
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El guion es absolutamente convulso. Lynch trata de explicarlo todo, intentando sin éxito adentrar al espectador en el universo en que se desarrolla la historia.
Lo personajes tienen conversaciones a viva voz, pensamientos íntimos en off, conversaciones telepáticas con otros personajes, y controlan la conducta de otros con su voz interior, y el espectador tiene que adivinar de cuál interacción se trata en cada momento.
Toda la historia gira alrededor de controlar una especie – ni animal ni vegetal, algo que parece un mineral, un “condimento” – que solo se encuentra en el planeta Arrakis, y que es fuente de grandes poderes; todos quienes luchan por el control de Arrakis tienen intensiones igual de mezquinas, con lo cual es difícil tomar partido por una casta u otra.
No es hasta que Paul Atreides se percata que su destino en convertirse en libertador del pueblo originario de ese planeta, los Fremen, que el espectador tiene una evidente elección que hacer.
En medio del proceso de control de Arrakis y ascención de Paul Atreides como el elegido, surge de la nada una historia de amor entre él y Chani, interpretada por Sean Young, un amor con el cual es imposible conectar.
MacLachlan, quien interpreta a Paul Atreides, no es capaz transmitir ni por un minuto el encanto de Mark Hamill en su papel de Luke Skywalker, ni el carisma de Harrison Ford como Han Solo. Por el contrario, no es si no hasta el tercer acto del filme, cuando se transforma en el elegido Paul Maud’Dib, que MacLachlan logra conectar con el personaje, pero ya es demasiado tarde.
Solamente von Sydow, en los pocos minutos de escena que tiene, y Kenneth McMillan, en el papel del Barón Harkkonen, son los únicos que lucen comprometidos en sus personajes. Sinceramente McMillan parece disfrutarlo.
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En cuanto a los efectos visuales de Dune, analizados como parte de la era pre-digital, son tan precarios que parecen de una época no solamente anterior a Star Wars, parecen previos a 2001: Odisea del Espacio de Stanley Kubrik de 1968. Recordemos: ya para el estreno de Dune, Lucas había producido y estrenado su saga, y mucho se había avanzado en el campo de los efectos visuales.
En cuanto a la banda sonora, De Laurentiis buscó replicar el resultado que tuvo en Queen con Flash Gordon. Las ventas del soundtrack deben haber sido mejores a los números de taquilla de esa película, por tanto el productor encarga la realización de la música de Dune a la banda de rock Toto (de fama mundial en la época por los temas Rosanna y Africa) y Brian Eno (Moulin Rouge!).
El resultado: ninguno. Si hay algo interesante a escuchar todo queda opacado por los estruendosos efectos de sonido de la cinta.
El último clavo del ataúd lo constituyen las escenas de acción. Los combates, sea entre ejércitos o cuerpo a cuerpo, están tan mal coreografiados, que hubiese sido preferible darlos por entendidos. En particular el combate final entre Paul y Feyd Rautha (Sting) no logra siquiera generar reacción entre los personajes que lo están presenciando.
Pero no todo fue malo
Aunque parezca imposible a este punto, hay elementos que destacar en Dune, y en concreto nos referiremos a cuatro de ellos.
El primero, si bien hemos dicho que los efectos visuales son obsoletos para 1984, los efectos prácticos son dignos de reconocer. El traje de flotación del Barón Harkkonen y la gigante marioneta del personaje del Navegador están realmente bien logrados.
El segundo son los escenarios. Los ambientes de las distintas cortes, la del Emperador, la de la casa Atreides, de los Harkkonen y la base en Arrakis son impresionantes. Tal vez hubiese sido una buena inversión transferir parte de los fondos en escenografía al departamento de efectos visuales. Ello no hubiese salvado el filme, y capaz hubiese terminado siendo un filme con malos efectos y una pobre escenografía, así que mejor no especular.
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En tercer lugar, el vestuario. Al igual que la escenografía, los uniformes de cada una de las familias, de cada uno de los ejércitos, están impecablemente diseñados y confeccionados, y otorgan a cada personaje una identidad propia del grupo al que pertenece.
Finalmente, y contrariando un poco a lo que hemos afirmado anteriormente, hay unos pequeños momentos donde a Lynch se le siente en su elemento, donde logra expresarse de una manera autentica y propia, y no es de extrañar que eso suceda bien cuando alguno de los personajes está soñando o teniendo o una pesadilla, o cuando se trata de un personaje deplorable y nauseabundo. En esos pocos momentos Lynch imprime su sello.
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Visto desde la óptica de la crítica de la época, el sitio agregador de críticas Rotten Tomatoes otorga a Dune un promedio 51% de aceptación, y desde el punto de vista financiero, el filme tuvo una taquilla de 31 millones de dólares para un presupuesto de 40 millones – como referencia, The Return of the Jedi recaudó un año antes 252 millones de dólares con un presupuesto de 32,5 millones.
En pocas palabras, Dune de David Lynch es un amasijo, un cúmulo de historias mal conectadas, motivadas por un elemento que genera poco interés, ejecutado sin maestría alguna.
Esta versión de Dune de David Lynch tiene por mucho más errores que aciertos, pero tal vez eso aumente la ansiedad por ver lo que Villeneuve puede hacer con el material de origen. El autor canadiense hizo un excelente trabajo con la continuación de Blade Runner, otra obra de culto con Blade Runner: 2049. Hasta ahora el director no ha dejado de complacer al público con obras de excelente calidad. Por ahora, no queda otra opción si no esperar con paciencia y con los dedos cruzados.